I. Historia del último sitio de Gibraltar
por D. Joaquín Santa María
José Gómez de
Arteche
No hay español que al solo nombre de Gibraltar deje de
sentir en sus venas el hervor de la sangre.
Es necesario decir á los pueblos la verdad,
desnuda de esa gárrula hojarasca de la adulación que tiende á encubrir sus
debilidades y su deshonor. Y la verdad es que un pueblo como el español que, si
de algo peca, es de una arrogancia fundada, sin duda, en las muestras de
virilidad que ha dado en su larga historia, y de una pertinacia que se ha hecho
en él característica, no ha debido sancionar jamás con su inacción un despojo
impuesto por la desgracia propia y la fuerza de un enemigo, cualquiera que
fuese.
Si el estado de la guerra, al
terminar la de Sucesión, y el interés de la Francia exigían de parte del Gran Rey el restablecimiento de la paz, España, vencedora en
Almansa, Brihuega y Villaviciosa, debió imponerse con la amenaza de su
constancia y de su lealtad, nunca como entonces demostradas, hasta obtener de la Gran Bretaña la
devolución de Menorca y Gibraltar. Pero voy á retroceder con la memoria á la
data funesta del tratado de Utrecht, y quiero pensar cuán apremiante sería para
Luis XIV la necesidad de devolver á Francia la confianza que en él tenía al
comenzar aquella lucha, manchada con las negras sombras de Blenheim y Malplaquet;
hasta me pongo en el caso de nuestros negociadores y del mismo Felipe V,
amenazados de un completo abandono en conflicto tan grave; y aun cuando no
intente penetrar en el dédalo de las negociaciones que condujeron á aquel
célebre Asiento, tantas
veces interrumpidas y terminadas, como labor de capricho, á días y por partes,
sí me atreveré á decir que esta misma circunstancia y las diversas peripecias
que las interrumpieron y las vacilaciones que causaron demuestran de una manera
irrefutable el gran interés que tenía Inglaterra por acabarlas, aun cuando
fuera á la sombra y faltando á todos sus antecedentes y á los compromisos
contraídos con sus aliados en aquella guerra que parecía interminable. Cuando
nación como la Gran
Bretaña , nunca como entonces preponderante en los destinos de
Europa, abandona el campo y, en su afán por la paz, hasta se vuelve contra los
amigos de la víspera, es que ó teme por intereses que le son muy caros, ó
dirige su previsora mirada á otros muy importantes para su mayor engrandecimiento
y futuras combinaciones políticas y comerciales. Los partidarios de la guerra,
y el primero, aquel Marlborough que la había sostenido con su influjo en la
corte y sus victorias en el teatro de las operaciones, habían caído en
desgracia, no sólo para con su soberana, sino para con el mismo pueblo que
tanto los había aplaudido y cubierto de laureles. Y era que la paz se imponía á
ese pueblo y á los políticos que lo dirigían; á aquel, por el anhelo que de
ella sentía ya, y á los hombres de Estado, porque, elevado al trono imperial el
pretendiente al de España, produciría poder tan inmenso el mismo desequilibrio
que el de Carlos V en la primera mitad del siglo décimosexto. Como hé indicado
antes, llegaron las demostraciones de Inglaterra en favor de la paz hasta á
romper las relaciones diplomáticas
con Austria, á desairar al príncipe Eugenio, el compañero de glorias y fatigas
de Marlborough, en su misión belicosa, á poner á la cabeza de sus ejércitos á
un general que abrigaba las ideas de los Borbones en la marcha de la política
interior de su patria, y á retirar, por fin, sus tropas para más adelante
amenazar con ellas y con sus naves destruir la coalición que había sido la
primera en crear y la única en sostener con su influencia, sus armas y
subsidios. En condiciones tan favorables se encontraba España en los dias que
precedieron al tratado de Utrecht, que Luís XIV, que pretendió valerse de
ellas, escribía á su nieto: «Las instancias que hace Inglaterra por la
reconciliacion son cada vez más apremiantes; la necesidad de la paz aumenta también
por días...»
A poco de hecha la paz con Inglaterra, se hallaba tan
desquiciada la coalición, que Barcelona perecía abandonada de todos; del
Imperio, que decía no tener fuerzas navales con que acudir en su auxilio, de
Holanda por lo remota, y de la escuadra inglesa que, en vez de proteger á la
que había sido la primera en proclamar al Archiduque, presenciaba impasible su
defensa numantina, su destrucción y aniquilamiento.
Un poco de obstinación, pues, en el rey
Felipe, y un poco de habilidad en sus negociadores de Utrecht, y la Inglaterra se hubiera
satisfecho con otras compensaciones en las Indias, por las que demostraba tanta
codicia, y evacuado á Menorca y Gibraltar. Pero, aun suponiendo lo contrario,
el pueblo español y sus reyes y gobiernos sucesivos han debido negarse á toda
avenencia con los de la
Gran Bretaña sin la devolución de Gibraltar; y los sitios de
1704, 1727, 79 y 82 no han debido ser tampoco sino episodios de uno solo,
ininterrupto, eterno, hasta la feliz restauración de la integridad de nuestro
suelo.
Sugiéreme la idea de esta
protesta el examen de un manuscrito con el título de Historia del último sitio de
Gibraltar, su autor el capitán de artillería D. Joaquín Santa María y
Pizarro; trabajo que la dirección de Instrucción pública ha remitido á informe
de esta Real Academia. Y aun cuando no sea el primero donde se haya descrito y
comentado suceso tan ruidoso como funesto, es también de los que, inspirados
por el vivo patriotismo que no puede
menos de provocar en todo español, contribuiran, si ya no han contribuído, á
apreciar los términos del gran problema que ni la justicia ni la fuerza han
logrado hasta ahora resolver.
Con efecto, desde la obra, llamada por algunos clásica, de
don Ignacio Lopez de Ayala, que interrumpe su relación al prepararse los
españoles y los ingleses á la ruda contienda de 1782, hasta la de D. Luís
García Martín que se está publicando en la Revista
Científico-militar, aunque no dedicada al rescate de Gibraltar por la
razón de la fuerza, son varias las que en España se han dado á luz sobre tan
interesante asunto, y muchas las que la han visto en el extranjero. Ninguna,
sin embargo, ofrece ni es posible que ofrezca el rico arsenal de datos que la
del Sr. Santa María, en que son tantos y de tan raro mérito, que puede decirse
que constituyen el mayor de trabajo que cabe así apreciarlo como
importantísimo.
Como el objeto del Sr. Santa
María ha sido el de describir el sitio de 1782, el más ruidoso de cuantos se
han puesto á la plaza de Gibraltar desde su pérdida setenta y ocho años antes,
y más que por otros motivos, célebre por la índole de los medios que se
pusieron en acción para acabarlo felizmente, ha debido limitarse a una reseña
muy breve respecto á las condiciones de localidad de la plaza, de su posición
entre los dos mares, que pudiéramos llamar de la civilización desde los tiempos
más remotos, y á su historia anterior que las pongan de relieve. Pero he de
decirlo sin ambajes, esa reseña aparece muy deficiente hecha en época en que la
historia exige, no solo brevedad y concisión, sino resúmenes tan perspicuos
como elocuentes, tambien, y persuasivos. El Sr. Santa María se ha inspirado
principalmente en el libro de Ayala, y hoy existen ya otros que, con más datos,
ofrecen también puntos de vista distintos y consideraciones de mayor exactitud
y superior alcance. Sin detenerse á describir los sitios anteriores al de 1782,
objeto de su obra, el Sr. Santa María ha podido apuntar las causas de los
fracasos y reveses sufridos por los españoles al pié de aquellos muros que, en
vez de baluarte, han venido á ser el primero
y más potente escollo para la integridad nacional. Cómo los perdió España; cómo
nuestra alianza con la nación francesa fué causa principalísima de que se
malograsen los esfuerzos de nuestros abuelos para reconquistarlos
inmediatamente de perdidos; cómo ha ido amortiguándose el fuego de la ira
popular con el tiempo transcurrido, la costumbre de aguantar, aun siendo tan
grave, baldón tamaño, y las tan variadas é importantes peripecias de la vida
nacional, son motivos más que suficientes para una introducción, una gran
síntesis que preparase al lector al estudio de un sitio que parece significar
el último esfuerzo, cuando aún España tenía voluntad, medios y energía para
acometerlo.
Así creo yo que ha
debido el Sr. Santa María iniciar su trabajo, que ganaría de ese modo
muchísimo, ya que en lo demás entraña un mérito sobresaliente y ofrece utilidad
incuestionable, lo mismo para el historiador que para el hombre de Estado y
para el general que pudiera encargarse del gobierno de la línea de Gibraltar en
todo caso, y del ataque de aquella plaza en el de una guerra con sus actuales
poseedores, los ingleses. Instructivo es el sitio de 1782, y ya he dicho que
por la novedad, para entonces, de los medios puestos en acción por sitiadores y
sitiados; pero lo son mucho más los documentos que ilustran su narración por el
señor Santa María, proyectos cuyo estudio, además de revelar el estado de la
poliorcética á mediados y fines del siglo último, dan mucha luz hoy mismo para
conocer las excelencias defensivas y los defectos de una plaza que tanto
interés tenemos en apreciar en todos sus detalles y en toda su Lierza. Que si
el arte puede aumentar aquellas, las excelencias de una posición, y corregir las
imperfecciones que se observen, sólo podra conseguirlo en parte, siendo la
naturaleza la que, en primer lugar establece unas y otras y las mantiene
constantemente, por ser ella su principio y causa en la guerra para las
transacciones sociales de la industria y del comercio. Los puntos estratégicos
pueden sólo modificarse, variar, casi nunca, ni aun con el ferrocarril, ese
agente que parece vencer las leyes de la naturaleza rompiendo cuantos
obstáculos encuentra á su paso; porque siempre prevalecerán el suelo, su
riqueza, la población que en él mora, las comunicaciones que exige para su
explotación, las que le abren el mar que lo baña,
ó los valles que en él confluyen, y han de atraer forzosamente, así como el
tráfico, los huracanes de la guerra.
Ningún punto, en tal concepto, suma las condiciones de
Gibraltar, uniendo los mares que, repito, pudieran llamarse de la civilización,
frente á un continente vastísimo y tan próximo que el canal que lo separa, así
como no impide la comunicación, tan frecuente y perniciosa para España en la Edad Media , es vehículo
preciso para la del Océano con el Mediterráneo, tan arriesgada para la preponderancia
marítima del país que exclusivamente lo dominaba y debiera dominarlo á
perpetuidad.
Bien lo dice su historia. No hizo más que
ver Tarec posicion tan privilegiada para constituirla en punto de desembarco y
en base de sus operaciones contra el imperio gótico que venía á destruir.
Aquella enorme columna, contrapuesta á la de Abila al abrirse el hercúleo
estrecho, ofrece, con efecto, abrigo á las naves que lo cruzan, seguridad y
reposo á los que la ocupan por su fortaleza, y salida por un istmo fabricado
por la naturaleza, para dársela cómoda y fácil al continente europeo. Y desde
entonces, mejor que en los tiempos representados en la fábula ó en tradiciones
que, por lo oscuras, no ofrecen base para argumentación alguna histórica,
Gibraltar ha sido punto disputado con un encarnizamiento en proporción de su
verdadera importancia, del fruto que ha dado su ocupación y de los planes á que
convida. Pero sin esa historia que, por lo conocida, es aquí innecesaria, su
existencia actual en manos de una nación extraña, á la Península , y el empeño
cada día más pronunciado en conservarla y los sacrificios que impone, prueban
lo que vale aquel peñón, árido y todo, como posición militar y como de escala
en la serie de las que hoy forman ya la red tendida por la Gran Bretaña para el
monopolio de los mares más importantes y para su ingerencia política en todas,
las naciones del viejo mundo.
Pero ya que el Sr. Santa María
ha creído deber tomar en cuenta la historia de los sitios anteriores sin
discutirlos ni analizarlos, permítame la Academia que, á riesgo de fatigar su atención,
corrija alguno de los errores que, por seguirlos sin examen bastante detenido ó
sin documentos suficientes, le han hecho cometer los que se lo han adelantado
en la historia de Gibraltar. No tema la Academia
que remonte mis investigaciones á los tiempos de la fábula ni aun á los de la Edad Media , siquier
representara Gibraltar en ella papel tan importante, no; quiero reducirlas á la
época de su última situación y á los acontecimientos funestísimos que la han
dado el único cimiento que tiene la Inglaterra para mantenerla, el de la fuerza.
Los historiadores españoles han hecho lo que todos aquellos
que, lamentando un revés, lo achacan á una personalidad y á su falta de
patriotismo, de energía ó habilidad. Con eso creen salvar el buen nombre de las
colectividades que lo hayan sufrido, nación, ejército ó gobierno, por su
indiferencia quizás, su inferioridad ó torpeza respectivamente.
En el sitio de Gibraltar en 1704, el capitán
general de ejército, D. Francisco del Castillo Fajardo, marqués de Villadarias,
es la víctima propiciatoria ante los altares de la patria, del honor, digámoslo
de una vez y sin ironías, de la vanidad nacional. Cuando en 1702 supo rechazar
á los ingleses en su desembarco sobre la costa próxima á Cádiz, todo era
elogios y plácemes para el Marqués, el valiente soldado de Flandes, maestre de
campo, digno sucesor del de Bedmar y gobernador feliz de Ostende. Escarmentar á
10.000 anglo-holandeses, todos veteranos, y el príncipe de Darmstadt á su
cabeza, con unos cuantos jinetes de costa y con las milicias, pudiera decirse
indisciplinadas, de los lugares próximos, era una hazaña digna de nuestros
célebres caudillos del siglo XVI. El Rey, los pueblos, la nación entera
elevaron á las nubes el valor, la perspicacia y el tino con que había salvado á
Cádiz de un golpe de mano tan atrevido. Pero cae Gibraltar de otro parecido,
año y medio más tarde y cuando el Marqués se hallaba en la raya de Portugal en
combinación con las fuerzas reales, y entonces todo es imprevisión de parte de
Villadarias, no pensando nadie en que se le ha mandado reunir cuantos medios
tenga para la invasión del reino vecino y, sobre todo, en que el Gobierno y la
nación entera son los responsables del abandono, de la desidia en que siempre
yace esta desventurada patria nuestra.
¿Cómo la guerra de la Independencia y la
rebelión de nuestras provincias ultramarinas? ¿Cómo contestaríamos hoy á una
agresión cualquiera del extranjero que pretendiese sacarnos de la neutralidad
caso de proponernos observarla en un gran conflicto europeo? Pues sin plazas,
sin armamento propio, con soldados, es verdad, pero sin dinero también, sin
equipos ni vestuario, sin medios de movilización y menos de concentración en
los puntos de peligro.
Pero vuelve el marqués de Villadarias de
Portugal y emprende el sitio de Gibraltar con algunas fuerzas apresuradamente
reunidas, colecticias casi todas, poca artillería, sacada en su mayor parte de
los buques de la escuadra surta en la bahía de Cádiz, y unos cuantos franceses,
mandados por el general de su nación M. de Cavanne, más cuidadoso de la gloria
de sus compatriotas que del éxito de la empresa. Por más que no haya habido
tiempo para aumentar las obras defensivas de la plaza, se guarnecen las
existentes con fuerzas numerosas, bien pertrechadas y abastecidas; se montan las
cien piezas que había en ella y el ejército anglo-holandés y su escuadra dan
todavía más y buenos artilleros para servirlas; se desembarcan víveres y
municiones para mucho tiempo, y el presidio y su gobernador se muestran
decididos á no perder la rica joya que acaban de arrebatar á nuestra España.
Una estratagema, sin embargo,
puede devolvérnosla, la que se ofrece á ensayar un pastor que conoce
perfectamente la montaña y que se compromete á guiar un cuerpo considerable de
tropas hasta situarlo en punto propio y dominante, desde el que se puede atacar
la población con un éxito completo. Qué hay de verdad en ese no poco oscuro
suceso, es tema de cuantas relaciones se han escrito sobre el sitio de 1704,
habiendo quien lo describe con muchísimos detalles, habiendo quien lo niega en
absoluto. Pero hé aquí que nuestro dignísimo correspondiente el conde de
Moriana, cuarto nieto del general encargado de aquel sitio, tiene la bondad de ofrecer al
que esto escribe una correspondencia que su hermano el actual marqués de
Villadarias guarda en el archivo de su casa, correspondencia toda autógrafa y
de la mayor importancia entre su ilustre predecesor y el rey Felipe V que, aun
cuando muy joven, puesto que no contaba más de 21 años, y con la sola
experiencia adquirida en la campaña de 1702 en Italia, quiere conocer y tratar
directa y reservadamente, no por el vehículo de sus ministros, los asuntos y
operaciones de la lucha en que se ve comprometido para no perder la corona que
acaba de heredar. Ya en carta de 8 de Agosto de 17 03 decía al marqués de
Villadarias, en quien desde su empresa de 1702 tenía una gran confianza: «Os
escribo yo mismo y de mi propia mano para que de ahí podáis inferir la
importancia del secreto y de la puntualidad en la ejecución de las órdenes que
os dirija en esta campaña; y, para impedir que nadie pueda penetrar este
secreto, quiero que me contestéis también de propia mano vuestra.»
Sólo de ese
preámbulo puede inferirse el interés que el rey Felipe V se tomaba en el buen
gobierno de las armas á cuyo mando supremo había sido llamado; y tal
correspondencia, toda autógrafa, como he dicho, y secreta, demuestra, además de
un gran patriotismo, siquier naciera como de repente con la muerte de Carlos
II, un espíritu de orden, un buen sentido práctico y una percepción tan clara
en las cosas de la milicia, que no pueden dejar de admirarse, en sus pocos
años, repito, y en su inexperiencia. En esa carta, por ejemplo, pide al Marqués
datos precisos sobre la situación de las plazas de Cádiz y Gibraltar y demás
fortalezas de Andalucía, tanto respecto á sus fortificaciones y la artillería
en ellas montada, como al resto del armamento necesario para su defensa y la de
aquel antiguo reino, con los medios existentes para juntarlo, recomponerlo ó
adquirirlo. Pide, además, los estados de fuerza de las tropas, el juicio que
tenga formado de ellas, su organización y oficialidad, su vestuario y equipo,
fondos con que cuenta y manera de que se valdrá para poner sobre las armas
10.000 hombres de las milicias, señalando por sí mismo el Rey las compañías de
los tercios ó regimientos y el número de soldados de que ha de componerse cada
una de ellas.
Y no satisfecho de las explicaciones del de Villadarias en
su carta, anterior al recibo de la del Rey, tristísima pintura de los recursos
con que puede contar y de la organización y estado de las fuerzas, que
pudiéramos llamar territoriales, del reino, le dice en 13 de aquel mismo mes de
Agosto: «En ella (la carta) he hallado detalles muy bien dispuestos; pero como
no me explican todo lo que os he pedido, espero que me satisfagáis en todo. Una
cosa en que creo deberme explicar con vos, corresponde á las milicias de
Andalucía. Os he pedido un plan por medio del cual puedan desde luego
levantarse 10.000 hombres. Decidme vuestra opinión en ese asunto; pero no
pongáis por obra vuestro pensamiento hasta que os envíe mis órdenes, que lo
haré con los correos que me dirijáis; y hasta ese momento obrad como si yo no
os hubiere escrito, haced de modo que lo que haya de ejecutarse no desconcierte
en nada el plan que creáis deberme aconsejar.»
Pero ese plan cambia de rumbo
para dirigirse á rechazar la invasión portuguesa, para lo que se envían á la
frontera cuantas fuerzas y cuantos recursos han podido reunirse en Andalucía,
hasta que la pérdida de Gibraltar distrae al Rey, á Villadarias y á todo España
de otro pensamiento que el de recuperar aquella plaza. «Recibida, hoy, escribe
D. Felipe el 10 de
Agosto de 17 04, la triste nueva de la pérdida de Gibraltar que,
como sabéis, es una plaza de grande importancia por su situación, pues que hace
á los enemigos dueños del Estrecho y les proporciona entrada en Andalucía, he
creído no poder poner mis asuntos en mejores manos que las vuestras, habiendo
experimentado por mí mismo vuestro celo y vuestro mérito.» Y como poco después
recibiese la noticia de la problemática victoria del conde de Tolosa en las
aguas de Málaga, volvía á escribir á Villadarias: «Como yo creo que no puede
presentarse ocasión mejor para la reconquista de Gibraltar que la presente, en
que la escuadra de los enemigos ha salido tan maltratada que queda fuera de
estado de prestar socorro alguno, y que es necesario no darles tiempo de
reponerse del golpe que acaban de recibir, he dispuesto ataquéis esa plaza sin
perder momento. Escribo al conde de Tolosa que os facilite los cañones que sean
necesarios para la empresa, y al príncipe de Tserclaes que os envíe dos ingenieros
para dirigir el sitio; pero comenzadlo,
si os es posible, sin aguardarlos, obrad de acuerdo con el conde de Tolosa,
servíos de los seis morteros y de las 6.000 bombas existentes en Sevilla, y en
fin, consultad tan solo con vuestro valor y vuestra experiencia, que son
suficientes para llevar á cabo empresas más difíciles, á los que confío ahora
lo que considero como más importante.»
No tema la
Academia que vaya á fatigar su benévola atención con los
detalles, asaz tristes, de las contestaciones dadas por el marqués de
Villadarias á esas cartas del Rey: no son de este lugar y exigirían el suyo en
una extensa monografía en que pudieran, rectificarse muchos de los errores
estampados en cuantas relaciones he leído de aquel célebre asedio. Me limitaré,
pues, á decir que en el campo de los sitiadores no había nada de lo
indispensable para alcanzar el éxito tan ardientemente deseado. Aun sacando de
la armada los cañones, no existían carros-matos para su conducción, cureñas en
que montarlos y avantrenes; no había morteros, ni de donde sacarlos, y mucho
menos afustes y municiones; faltaban maderas con que construir material tan
necesario y habrían que pedirse al presidente de la Chancillería de
Granada, que las tendría cortadas del Soto de Roma; se ignoraba de dónde sacar
las municiones, instrumentos de gastadores para las obras de sitio, enseres de
campamento; y ni tropas había suficientes, «pues de las milicias, decía
Villadarias, no cabía hacer gran caso, porque era gente sin regla ni disciplina
y toda desarmada, sucediendo lo mismo por la mayor parte á aquellos regimientos
nuevamente formados, que era por lo que había él continuado sus instancias,
suplicando á S. M. se sirviese mandar le enviase un gran número de fusiles y
bayonetas, etc., etc.»
Allí no había, según ya he dicho, nada; lo
poco existente antes en Andalucía se había llevado á Badajoz para resistir á
los portugueses, y el marqués de Villadarias no podía ofrecer sino una gran
dosis de patriotismo, su acreditado valor y el sacrificio de su amor propio
como buen soldado y súbdito leal.
El éxito por la fuerza no era,
pues, de esperarse, inmediatamente al menos; y ofreciéndose por la astucia, se
aceptó el pensamiento del pastor citado antes, práctico, según ya he indicado,
en las sinuosidades del Peñón. La correspondencia del de Villadarias no hace referencia alguna á la
frustrada intentona del pastor Susarte y á la hecatombe de los desgraciados
compañeros del valeroso coronel Figueroa; en la del Rey y en su carta del 13 de Febrero de 17 05
se hace la sola de haber tenido noticia de l’affaire
de la Montagne por un despacho del Marqués de 7 de
aquel mes. Y consiste, por lo que yo he podido deducir de los papeles
facilitados por el señor conde de Moriana, en que aquel despacho debió
dirigirse al marqués de Mejorada y haberse comunicado por este á Felipe V.
Otro tanto sucede respecto al parte del asalto dado á la
plaza aquel mismo 7 de Febrero, día anterior al de la llegada del mariscal
Tessé al campo de San Roque.
Y ahora paso á la rectificación á que antes
aludía sobre la noticia, falsamente dada por todos los historiadores del sitio
de 1704 á 1705, incluso el Sr. Santa María, de haber Villadarias abandonado la Línea al llegar á ella el
tan presuntuoso como célebre general, mucho más estimado de lo que merecía por
su augusto amo Le Roi Soleil.
Yo no encuentro en la conducta de un general
rasgo más elocuente de patriotismo que el de subordinar su acción á la voluntad
de quien no le supera en jerarquía ó antigüedad; y mucho, muchísimo más si es
un extranjero el que se constituye en superior suyo. Sin tiempo para entrar en
esa disquisición espinosa de las diferencias entre las dignidades españolas y
las francesas, que tan perfectamente deslinda el marqués de San Felipe, me
concretaré á declarar con el de Villadarias entonces y con el conde de Aranda luego,
que el capitan general de ejército debe ser, como cargo de la milicia, superior
en rango al de mariscal en Francia, aun cuando no sea más que por lo antiguo de
la alcurnia.
Pero voy al caso. Felipe V
escribe á Villadarias el 26 de Enero de 17 05 que el Rey su abuelo, informado de la
importancia del recobro de Gibraltar y de las dificultades que se oponen á
ello, ha creído deber dar al mariscal de Tessé la orden de ir alla en persona
para reconocer por sí mismo la verdad de todo y ver qué partido debe tomarse.
Esa carta está llena de protestas de afecto y consideración á Villadarias; pero
manifestando el Rey que no puede oponerse al de Francia, le ordena obedecer al
Mariscal. No se hace esperar la
contestación del Marqués; y en su carta del 31 de aquel mes y después de poner
de manifiesto al Rey sus servicios, especialmente en 1702, y su celo y
esfuerzos en el sitio á que asiste, le añade: «Así mesmo debo decir á V. M, que
los capitanes generales de los exércitos de V. M. no han sido nunca inferiores
de grado á los mariscales de Francia, pues antes bien han tenido prerrogativas
que no las han tenido los mariscales, y habiendo tanto tiempo como ha que me
hallo con el grado de capitan general y despues de tantos años que ha que sirvo
y lo que en esta operación he executado y dejo referido á V. M., sería muy
contra mi crédito el obedecer á otro ninguno que no fuese á V. M. ó á Príncipe
soberano mandándomelo V. M., siendo tan amante como he sido y soy de mi punto
de honrra.» Pide en seguida Villadarias entregar el mando á Tessé, y retirarse
á su casa, «en donde, dice, en la quietud de ella pueda fenezer los dias que
Dios le diere de vida.»
A esta carta sigue la de 5 de Febrero, en que, el Rey, manifestando
su disgusto porque Villadarias le abandone en coyuntura como aquella, le dice
que, si su abuelo no lo hubiera dispuesto de otro modo, él no habría nunca
pensado en quitar el mando á un hombre que lo ejercía con tanta firmeza,
prudencia y valor; pero que cuando se halla atacado por sus enemigos tan
rudamente, y estimándole tanto, le ordena permanecer en su puesto y prestar su
obediencia á Tessé. Y así lo hizo Villadarias, contestando al Rey el 9 de aquel
mismo mes en carta donde entre otras cosas le decía: «pero pues es gusto de V.
M. el que me mantenga y obedezca al mariscal, lo sacrificaré todo porque V. M.
quede obedecido como lo está ya; pues habiendo llegado poco despues que la de
V. M. y apeádose en mi quartel le dije que no solo como general sino que le
asistiria de ayudante para todo lo que quisiere mandar, pues quiero que V. M.
conozca el amor y zelo con que sirvo á V. M. y que mi deseo no es otro que el
que se execute todo lo que puede ser más ventajoso á la gloria de V. M.»
Así lo hizo, con efecto, y por
eso podemos saber cuanto ejecutó el Mariscal para la prosecución del sitio al
que fué con tan arrogantes propósitos para, dos meses después, abandonarlo,
retirándose á Madrid como
perro con maza, según vulgarmente se dice.
El presuntuoso general de Luis XIV quiso disculpar su fracaso con frases, y
frases hasta mal sonantes, contra España y contra su nuevo Rey, con todo menos
con su ligereza y falta de habilidad. Y contra lo que él aseguraba de haber
recibido del Rey Felipe la orden de levantar el sitio, podemos recordar la
carta de Villadarias que escribía: «la noche del día 3 sin que yo supiese nada,
mandó el Mariscal retirar la artillería de la batería avanzada, como V. M. lo
reconocerá por el papel que me escribió el Coronel que manda la de V. M., y
ayer de mañana que le ví le dije que yo jamás hubiera movido nada, como tantas
veces le había dicho, sin saber primero la Real resolución de V. M., pero que executase lo
que gustase que yo no me opondría á nada, pero que no podía dejar de decirle
que con las pocas tropas que teníamos no dejara jamás el puesto sino era echado
por la fuerza; á lo que me respondió que era menester pensar en Cádiz y otras
muchas razones, que á mí no me hacen fuerza, porque no se el cómo se podrá
dejar gente para evitar el comercio de tierra con la plaza. Nostante todo esto,
anoche hizo retirar otras 5 piezas y desbaratar la esplanada de la batería
avanzada. Por todo lo referido conocerá V. M. la razón con que digo que la
venida del Mariscal no fué nada ventajosa al servicio de V. M.»
Y con lo dicho basta para demostrar que el marqués de
Villadarias no mereció las censuras que se le han dirigido, ni por falta de
previsión anterior, ni porque la dirección que dió al sitio pudiera ser otra
con los pocos recursos que tuvo á su alcance, y mucho menos por haber
abandonado el campo cuando su presencia podía ser tan útil al mariscal de
Tessé.
Siento haber distraído la
atención de la Academia
con digresión tan larga; pero también comprenderá que no sería fácil hallar
circunstancia más propia para comunicarle la noticia de hallazgo tan importante
como el de la correspondencia de Felipe V con el marqués de Villadarias,
proporcionado por nuestro dignísimo colega el señor conde de Moriana. Pudiera
sacarse mayor fruto de papeles tan interesantes para la ilustración de la
historia de aquel tiempo, pues son muchos y todos curiosísimos; ¡lástima no
hayan caído en mejores manos! pero, aun así, espero ocasión en que presentar
algún trabajo con que pueda dar á conocer, en cuanto
en mí quepa, el mérito de un general á quien soberanos y próceres de varios
países prodigaron todo genero de altas y merecidas consideraciones.
Véase por qué yo hubiera deseado que el Sr. Santa María
comenzara su trabajo por una elevada síntesis en que, dando idea de los
antecedentes más necesarios, no cupieran errores como los que acabo de
rectificar, aun no siendo suyos sino de sus predecesores en la narración de los
sucesos que Gibraltar ha presenciado.
Ni es la del postrer sitio de aquella plaza
la historia que nos ofrece el Sr. Santa María; es la del último episodio de
aquel cerco famoso que, principiando en Junio de 1779, terminó en Marzo de 1783;
es la del mando del general duque de Crillon, cuando tuvo lugar el ensayo de
las baterías flotantes del célebre ingeniero francés Demichaud d’Arçon, con que
se esperaba la tan deseada reconquista. El Sr. Santa María no considera, al
parecer, digno de tan prolijo examen todo el asedio, tan duradero como la
guerra con el Reino Unido, cuya ruptura fué lo laboriosa que era de esperar de
la fe británica, cuando tal interés mostraban sus hombres de Estado en dilatar
unas negociaciones dirigidas á romper la concordia existente entre las cortes
de Madrid y Versalles. La promesa, un día, de la devolución de Gibraltar, la de
Mahón, otro, y toda la isla de Menorca naturalmente, en cambio de
compensaciones, en verdad enormes de nuestra parte, en las colonias americanas,
de tratados fabulosamente absurdos, de franquicias onerosísimas á nuestro
comercio, y todo eso en confusión mareadora, variando por días y por horas para
entorpecer, desorientar y diferir toda resolución hasta el momento apetecido ó
necesario: hé ahí la conducta de la nación, rival ahora en artes de la vieja
Cartago, el año que precedió á la guerra. Estábase debatiendo tan ardua
cuestión con los argumentos de la fuerza, y todavía los diplomáticos ingleses
buscaban caminos de acomodo con España, convidándola con la tan codiciada
plaza, aunque manifestando el recelo de comprometer hasta sus cabezas el día en
que fuera necesario consultar á la nación en su Parlamento.
No hay más que leer la Memoria de Floridablanca
sobre el largo periodo de su
administración, para convencerse de lo deleznable de la base en que se fundaban
sus esperanzas de que se nos cediese la plaza de Gibraltar. «La cesión de
Menorca, decía en ella, sustituyó á la de Gibraltar, cuya adquisición se
reservó para ulteriores negociaciones. La corte de Londres dispensó á la Francia de la compensación
que debía darle por Gibraltar, y no exigió tampoco la equivalente á España».
¿Se quiere confesión más cándida de la falta de astucia diplomática de parte de
un estadista tan celebrado por su talento y su energía? Para el primer ministro
de Carlos III la cesión, mejor dicho, el reconocimiento de una conquista por
medio de las armas, era equivalente á la de una plaza en que acababa de estrellarse
la furia española y que el más torpe comprendería iba á ser jaque constante á
la integridad, á la independencia y el honor de nuestra patria.
La conquista de Mahón hizo, de todos modos, esperar, á
Carlos III y á Floridablanca que el general que la había realizado llevaría á
cabo con igual suerte la de Gibraltar, moviéndoles á hacer los mayores
sacrificios de su parte para conseguirla, estimulados también por la opinión
pública, unánime en favor de quien acababa de mostrar tanta inteligencia, en su
sentir, como ardimiento. A Crillon, como buen francés, no le estorbaba la
modestia: incansable en solicitar la dirección del sitio de Gibraltar, ofrecía
todo género de seguridades de un éxito inmediato con su larga experiencia en
tal clase de luchas y el conocimiento de la localidad, estudiada poco antes por
él, aunque en mando secundario. Y creyendo el Rey y el ejército, toda España,
llegado el momento de la recuperación de la antigua Calpe, se convirtió el
bloqueo, sostenido hasta Junio de 1782 por el prudente general D. Martín
Alvarez Sotomayor, en sitio formal por los procedimientos más autorizados
científicamente y los que ofreciese el ingenio puesto á contribución en los
ejércitos de España y Francia. De ahí el sin número de proyectos presentados á
los respectivos gobiernos y á los generales, la lectura de cuyo catálogo es por
sí sola suficiente para perturbar la razón del lector más frío, cuanto más la
de quien tuviera sobre sus hombros la grave responsabilidad de la elección en
tan ardua empresa.
El Sr. Santa María nos ofrece
en el más voluminoso de los tomos de
su manuscrito hasta 67 proyectos, diferentes todos, aun cuando se hallen
algunos dirigidos, como á igual fin, á proporcionar recursos bajo un
pensamiento parecido y por caminos semejantes. En las expansiones de la opinión
pública, excitada como se halla en España por el despojo de Gibraltar, no es
extraño que se presenten proyectos forjados, más que por la ciencia, por la
explosión de la ira, en las masas populares sobre todo. Pero, aun así, se
observan ó se hacen observar en la colección del erudito capitán de artillería
varios, si no todos, fundados en principios verdaderamente técnicos, en la
razón natural, cuando menos, y en un buen sentido común algunos, no distante de
lo que á veces se practica en la guerra, donde la estratagema, la sorpresa, el
golpe de mano ó una invención extraña llegan á hacer las veces del arte.
Los hay de fechas muy atrasadas y los hay de fines del
siglo pasado, aquellos, de cuando la guerra de Sucesión tenía los ánimos
encendidos con la pérdida de plaza tan importante; los otros, de cuando la poca
fijeza de ideas en Godoy le hacía alternar sus simpatías y sus rencores para
con la Francia
ó la Inglaterra ,
riñendo con una ó con otra según se lo ofrecía ocasión, en su sentir, favorable
á las ambiciones que abrigaba, algunas veces patrióticas, pero casi siempre
personales.
Los hay de un mérito tal que, ó
fueron aceptados como el de D’Arçon, con que la colección empieza, y el de M.
de la Valière ,
mucho más antiguo y que coincide con el de su compatriota en la idea de las
baterías flotantes, y los de Sabatini, el tan célebre arquitecto, entonces
comandante de ingenieros, M. du Portal, también del mismo cuerpo en Francia, el
artillero Demessolz y cien otros militares ya conocidos por su ilustración y
experiencia, ingenieros civiles ó industriales, que buscaban el mismo fin de la
reconquista de Gibraltar, ya por los caminos más ó menos perfeccionados del
arte en tiempo en que Vaubau había proclamado el principio de queplaza
sitiada debía ser tomada, ya por los de minas extraordinarias, máquinas
opugnatorias y hasta de las ahora llamadas infernales. Los hay en cambio que, ó
fueron despreciados desde el día de su exhibición ó calificados como parto de
imaginaciones completamente extraviadas. Hay dos ó tres á cuyo margen estampó el príncipe de la Paz notas durísimas en este
último concepto, llamando locos á sus autores; él que había apadrinado el de un
presidiario de Ceuta, creyéndole con influencia personal suficiente para
producir la entrega de plaza tan bien guarnecida y vigilada á nuestros
compatriotas del Campo de San Roque.
El mayor número, sin embargo, busca su principal fuerza en
recursos marítimos, convencidos sus autores de la inferioridad de los fuegos
contra el frente de tierra. No es el istmo lo suficiente ancho para establecer
en él baterías que hagan callar las del monte que, como muy elevado, puede
ofrecerlas en varios pisos, si así puede decirse, con tanta artillería ya
entonces y tan hábilmente dispuestas que superaban de un modo notable á las de
los sitiadores. Esa es la razón del bloqueo de aquellos tres años, desde el de
1779, en los cuales, si se había intentado avanzar las obras de sitio, no fué
sin escarmiento á veces y siempre sin otro fruto que el de convencerse más y
más los generales españoles de no ser dable obtener resultado por aquel camino.
Todos dirigieron, pues, su pensamiento al de aprovechar la superioridad
numérica de las naves de guerra que España y Francia podían poner en los mares
de Europa respecto á la
Gran Bretaña.
Así es que, al convertir el bloqueo en sitio
y al buscar en la bahía emplazamiento para los fuegos que no había de
proporcionar la arenosa lengua de tierra hasta entonces explotada, se puso,
como ya he dicho, á contribución el talento de los hombres de guerra, á quienes
se ofrecieron todo género de recompensas. Dice Coxe: «Parecía que todos los oficiales
de ingenieros que tenía Europa habían reunido sus esfuerzos y conocimientos
para acabar con los valientes defensores de aquella inexpugnable roca.»
Nos superaban y siguen
superándonos los franceses en ese género de lucubraciones; y el Gobierno de Madrid
y el Estado Mayor del ejército sitiador se vieron inundados de proyectos y
proyectos, entre los que al fin se adoptó el del ingeniero D’Arçon, cuya práctica fue el último esfuerzo
hecho por España para recuperar con las armas la plaza de Gibraltar.
Y aquí puede decirse que se encierra el pensamiento del
señor Santa María al emprender y al ejecutar su obra, resumiendo en ella cuanto
con la mayor diligencia ha logrado reunir para hacerla lo más instructiva
posible. Por eso dice al final de su introducción: «Novel en este género de
estudios el modesto autor del presente, solo ha sido impulsado por el buen
deseo de que se forme un concepto exacto del último sitio sufrido por la plaza
extranjera enclavada en nuestro suelo; creyendo misión de los que visten el
uniforme militar y están llamados á tener algún conocimiento de ataque y
defensa de las plazas de guerra el ocuparse de reunir y exponer á la consideración
pública cuanto á la integridad de nuestro territorio afecte.»
«España tiene el derecho de exigirnos la
digamos la verdad, y por nuestra parte hemos hecho cuanto nos ha sido posible.
La documentación más importante era la sostenida entre Crillon y Floridablanca,
que debía figurar en Estado, y habiéndose remitido la de aquella época al
archivo central de Alcalá de Henares, en este es en donde debía hallarse, y
allí, en efecto, es en donde la hemos encontrado.»
«Varias son las que han visto la luz pública
y en ninguna de ellas se hace un detenido análisis del último asedio y sí de
los sucesos anteriores, por lo que parece que este trabajo debe preceder al de
los acontecimientos de otras épocas, de los cuales, sin embargo, hemos visto en
los archivos numerosos escritos que podrían completar los del estudio general
de la plaza en las diferentes edades históricas.»
Y con tal propósito, modesto en
demasía, y armado de los infinitos documentos
que su anterior manifestación hace presumir, y yo acabo de indicar, se engolfa
nuestro autor en la intrincada tarea de describir aquella empresa, y en la más
ardua todavia de investigar las causas de tamaña catástrofe como la del 13 de Setiembre de 17 82.
A la
Introducción en que se enumeran los documentos más importantes que
figuran en el escrito, tantos que su índice ocupa hasta siete páginas de
un carácter de letra sumamente pequeño y varias después de texto dirigidas á
hacer ver la carencia de datos publicados y la abundancia de los que existen
inéditos y ocultos en nuestros archivos; á la Introducción , repito,
en que se trata con sus rasgos más generales á los caudillos del ataque y la
defensa y se exponen los medios de que se disponía y los obstáculos que iban á
encontrarse en tan ruda contienda, sigue lo que el autor llama 1.ª parte con el índice de materias de la obra y
el de los servicios de Crillon, que de ningún modo debiera preceder al Resumen histórico desde la
fundación (de Gibraltar) hasta el último sitio, que se
estampa á su continuación. Para qué se invierte así el órden natural de la
narración, objeto de ese libro, no llego á comprenderlo, si no consiste en
imperfecciones de la encuadernación, no perceptibles por haberse dejado de
numerar las páginas, aun siendo tantas, de la obra.
Aquí, pues, comienza
verdaderamente la parte principal y más interesante del que estoy examinando,
llevado á ejecución con una minuciosidad extraordinaria, solo asequible
auxiliándose de los innumerables datos que ha ido su autor recogiendo en tres
años de continuas investigaciones. De ellos se deduce en primer lugar que D.
Martín Alvarez Sotomayor paró en representar ante Crillon el mismo papel que
Villadarias había representado al lado del mariscal de Tessé; viéndose á los
dos franceses tan arrogantes y presuntuosos como hacen suponer su nacionalidad
y su posición en cada una de las empresas que dirigieron, y á los españoles
desairados, tan modestos y sufridos en su conducta como en sus aspiraciones. No bien llegó á
tomar Crillon el mando que con tanta insistencia había pretendido, cuando
formaba un cuerpo especial, con su nombre por supuesto. Todo debía estarle
subordinado, y no le critico por eso; y todo habría de llevar el sello suyo
para que la posteridad no se rompiera la cabeza en discurrir sobre el autor de
cada providencia de las que iba á tomar y de cada hecho de los que se
sucederían con tan funesto resultado como pasmosa rapidez.
La exposición de
los que sucedieron al frente de Gibraltar, presentada por el Sr. Santa María, y
el juicio que le han merecido, están de un modo concienzudo y, sobre todo
imparcial, puesto que más que suyas, son las opiniones que emite las de los
actores y testigos presenciales de aquellos acontecimientos tan controvertidos
y comentados. En esa exposición aparecen los partes oficiales, las reseñas y
actas de los consejos de guerra y consultas que provocaron el proyecto que iba
á ejecutarse, los de las operaciones presentadas por el general en jefe, los de
la Armada y de
los encargados de estrechar el sitio por la línea de tierra y acometer por ella
el asalto de la plaza, las órdenes del Gobierno y cartas de sus más
caracterizados representantes, los avisos venidos de París y de la corte de
Portugal, cuantos documentos, en fin, pueden utilizarse para dar idea clara de
los medios puestos al alcance del caudillo sitiador en su dificilísima empresa.
En el juicio crítico se presentan, á su vez, el de Crillon para echar sobre
otros y hasta sobre la
Naturaleza misma el peso de aquella catástrofe, el del
ingeniero D’Arçón reconociendo sus errores con rara modestia, aunque achacando
sus resultados á circunstancias especiales, ajenas á su voluntad y á sus
cálculos, á la premura impuesta por el Gobierno y á la noticia de la
aproximación de la escuadra que navegaba desde Inglaterra en auxilio de
Gibraltar. Si las flotantes no hacen el efecto presupuesto es porque no se las
sitúa debidamente; si resultan combustibles es porque no se le ha dado tiempo
para concluir los aparatos de circulación del agua que han de apagar los
incendios que cause la bala roja, y si no pueden retirarse al sentir las
llamas, es porque la Marina
no ha tomado las medidas necesarias para sacarlas oportunamente de la línea de
combate. Ni la escuadra, en sentir de D’Arçón presta ayuda eficaz con sus naves y las
cañoneras destinadas á abrir brecha en los muros de la plaza, ni se establece
el orden y el concierto necesarios en todos los elementos combinados para lucha
de índole tan extraordinaria. Y como Crillon y el ingeniero de las flotantes,
los jefes militares subalternos encargados de las obras de sitio en tierra y
los de la Armada ,
todos llevan á la obra del Sr. Santa María el contingente de sus noticias, de
sus opiniones y disculpas.
De modo que, como la de los proyectos en su tomo
respectivo, ya comentado, la colección de que el Sr. Santa María se vale para
su narración y crítica, es variadísima, numerosa y rica de detalles.
Así, mejor que la historia del sitio de
1782, resulta este vasto é ímprobo trabajo, un conjunto de relaciones
históricas y de opiniones técnicas, base inapreciable por su riqueza y mérito
de un estudio tan vasto y provechoso como ha sido imposible hasta que el Sr.
Santa María ha sacado del polvo de los archivos tan interesantes documentos.
Y para que nada falte, uno de los cuatro
volúmenes que nos ha presentado contiene otra colección de láminas, sumamente
curiosas, que ilustran grandemente la parte histórica y la documental
complementaria de la obra. Con hacer su enumeración comprenderá la Academia la importancia
que entrañan. A la «vista septentrional de Gibraltar,» siguen el «orden de
batalla del ejército y tropas auxiliares francesas en el campo de Buena-Vista,
el plano de la plaza, los de las obras propuestas por Crillon y de las hechas
en linea de tierra, el de la posición de las flotantes y el del reconocimiento
de las minas». Para ilustración de la parte referente á los proyectos, se ven,
el plano de los escollos submarinos ideados por el conde de Aranda, el del
proyecto de D’Arcon y de los de Kuaresbrough, Marqueta, el de un dique y el de
los cohetes incendiarios.
El cuarto volumen, por fin,
contiene la «Propuesta de recompensas remitida por el duque de Crillon al conde
de Floridablanca,» tan larga que ocupa 213 páginas; nada de extrañar, sin
embargo, en un general que no enviaba á la corte un emisario militar ó civil
para quien no pidiera una gracia, sobre todo si era francés. Es útil, y muy útil, esa
propuesta, porque indica los nombres de muchísimos oficiales de los que
asistieron al sitio, dato muy curioso para la historia de aquellos sucesos y de
los también importantes posteriores en que tomaron parte los en ella comprendidos.
Pero en una obra tan interesante é instructiva,
históricamente considerada, se notan algunos lunares que la privan del brillo
que debiera acompañarla. Uno de ellos, que indudablemente procede de la
modestia de su autor, aparece en la falta de juicios propios que, en sus miedos
de historiador novel, trata de subsanar con los de los participantes de la
desgracia del sitio que describe, falta que añadida á la de método en las
partes de su narración, hace el libro del Sr. Santa María de lectura un tanto
embarazosa. Aún lo hace más el lenguaje que usa en ese libro, incorrecto en la
sintaxis y con tal ortografía á la par, que es necesario creer en una absoluta
ausencia de todo examen de la obra del copista para no censurarla agriamente. Y
hace creer esto el notar que la dicción, sin ser elegante, es culta y bastante
apropiada, y no podría condenarse de haber su autor cuidado de la debida
separación de las frases y de una puntuación exacta, para darlas su verdadero
valor prosódico, haciéndolas así fácil y rápidamente inteligibles. Este lunar
se hace desaparecer con una revisión que no necesita ser muy detenida, y
entonces la obra resultaría de un mérito sobresaliente y de una utilidad
incuestionable, lo mismo, repito, que para el historiador, para el hombre de
Estado y para el general.
Tales sucesos pueden sobrevenir en época,
quizás no remota, que se haga imprescindible el estudio de la obra del Sr.
Santa María. Que nunca como ahora aparecen y se multiplican los recursos
militares con que borrar el concepto de inexpugnable en las condiciones
defensivas de la plaza de Gibraltar; siendo ya tan eficaces los fuegos de la
artillería, que en una ocasión como la de 1782 sería muy difícil los supieran
resistir ni los cañones montados en el odiado Peñón, ni las escuadras
auxiliares de la Gran
Bretaña.
Creo, pues, que pudiera
contestarse al Director de Instrucción pública que la obra del Sr. Santa María,
á que se refiere este informe, tiene
una grande importancia histórica, así por su texto, monografía tan exacta y
concienzudamente hecha, como, y en lugar muy principal, por la abundantísima
colección de documentos justificativos, rico arsenal sin cuya consulta no es
posible ocuparse de aquí en adelante en resolver el arduo problema de nuestras
relaciones con Inglaterra y de nuestra acción militar para la reconquista de
Gibraltar.
Pudiera añadirse que, comprendida esa obra en las
disposiciones del Real decreto de 12 de Marzo de 18 75, por lo original de su texto
y la utilidad que ofrecen los datos en que se apoya, debe estimularse su
impresión, tomando á su autor, si la realiza, un número considerable de
ejemplares para las bibliotecas públicas. Esto, en el caso de que no se
verificase la estampación por el Ministerio de la Guerra , que reune medios
para hacerlo cumplidamente en su establecimiento del Depósito y debe otorgar al
señor Santa María esa primera recompensa, de tanto fruto para la instrucción de
las clases militares, si además no concede otra personal á quien, cruzando su
pecho con la laureada de San Fernando y dedicado al servicio activo en un
regimiento de artillería, halla todavía gusto y tiempo para engolfarse en
trabajo literario tan penoso, solo agradable para los abstraídos del mundo y de
sus pompas.
Con todo, es necesario manifestar al Sr.
Santa María que, antes de darse á la estampa su obra, se hace preciso revisarla
detenidamente para que no aparezca con los errores gramaticales que contiene,
por la precipitación sin duda con que se ha concluído y la mayor aún con que se
ha sacado la copia presentada á esta Real Academia.